El fuego fascina naturalmente a las personas. Durante cientos de miles de años nos hemos sentado frente a la lumbre del fuego, observando crepitar las brasas y ascender el humo. En mayor medida de la que solemos pensar, el fuego nos hizo humanos. En respuesta a esa fascinación casi obsesiva, el ser humano introdujo el fuego, y más tarde, ya perfeccionado, el humo como parte de sus rituales más importantes. Magia, brujería, sanación y religión. Todas ellas recurrían al humo como medio para alcanzar lo que a nuestros ojos resultaba invisible. En cierto momento a algún déspota se le ocurrió hacer de nuestra fijación por el humo un negocio a través del tabaco. Una jugada redonda y sin pérdidas, pues la adicción que creaba la nicotina garantizaba la fidelidad perpetua de sus clientes, clientes que con el tiempo solo podían aumentar. Hoy resulta imposible dar un paseo sin respirar la dichosa sustancia. Unos tratan de mantenerse sanos y cuidarse mientras los demás atentan